Mi perro, amigo inseparable

 

El agua corría vertiginosa por el rio, que serpenteaba en el bosque y flotaban los últimos pedazos de hielo del invierno que había pasado. Las hojas de los arboles no se movían, se sentía solo el cantar de algunos pájaros.

Yo Delé junto a Evolet y Pacú, nos encontrábamos mimetizados en el suelo del bosque. Avanzábamos arrastrándonos como serpientes, sosteniendo cada uno su arco y flecha en la mano izquierda.  Llegamos al montículo que había dejado un árbol caído hacía ya mucho tiempo y era el escondite perfecto; allí descansamos un instante, cargamos los arcos; y con sumo cuidado nos asomamos para ver del otro lado la manada de “mwamba”, antílopes que pastoreaba. Observamos los más cercanos; con una seña de nuestras manos, nos pusimos de acuerdo para elegir nuestro blanco y luego con un movimiento coordinado entre los tres apuntamos y disparamos al mismo instante.

Fue una gran alegría y festejo habíamos casado 3 “mwamba”, al día siguiente llegaríamos a la aldea con carne fresca para las familias. Esa tarde abríamos faenado a los 3 animales, separando el precioso cuero. En recompensa como era tradición, nos correspondían dos patas enteras de una de las gacelas. Esa noche la comeríamos carne asada cerca del rio.

Antes del anochecer habíamos juntado ya bastante leña y hojas secas, y con un trozo de pedernal encendimos nuestro fuego. Las estrellas ya brillaban en el cielo oscuro y la luna se veía entre las ramas de los árboles del bosque.

Ya una de las piernas estaba asada, entonces por ser el mayor del grupo, con mi puñal de obsidiana corte un trozo de carne para Pacú, otro para Evolet y uno para mí; teníamos mucho apetito ya que no comíamos desde la mañana temprano. La tenue luz de la luna nos trajo el recuerdo de muchos momentos del día, sobre todo la gran cacería.

Cuando llegaramos a nuestra aldea Yagal, con esta caceria, seriamos nombrados por el gran jefe Tuk-Tuk como auténticos “wawindaji” cazadores. Y, si seguíamos así, dentro de dos primaveras ya tendríamos el derecho de elegir a una de las jóvenes como nuestra esposa, porque haciendo cuentas yo había cumplido 13 primaveras. También recordamos las historias de los abuelos en sus cacerías, uno de ellos decía que cuando era aún joven había cazado un “mamm”, un mamut.

Estábamos riendo cuando de repente escuchamos el aullido de un “mbwa Mwitu” , un lobo, y por la fuerza del aullido, se encontraba muy cerca. Seguramente era el explorador, que nos había encontrado y ahora estaba llamando a su manada. Se nos congelo la sangre.

Me habías dicho que en estas montañas no había “mbwa Mwitu”, me gritaban. Y ahora que vamos hacer. Vamos a alimentar más el fuego, hacerlo más grande. Así es que iniciamos a recoger leña seca a nuestro alrededor y encontramos la mitad del tronco seco de un árbol, entre los tres lo llevamos rodando y lo pusimos en el fuego, con esto habría fuego abundante toda la noche. Trataba de mantener alto el ánimo diciéndoles que los “mbwa Mwitu” no nos atacarían. Tenemos que contar cuantas armas tenemos. Los tres teníamos el mismo equipamiento: un puñal de obsidiana, un arco, 3 fechas y una lanza.

Estábamos haciendo nuestro balance de fuerzas, cuando escuchamos a nuestro alrededor que corría la manada de “mbwa Mwitu”; corrían en círculo alrededor nuestro, pero no los veíamos. De repente se produjo un silencio fantasmal. Nosotros cargamos nuestros arcos con una flecha. Luego de un instante el espectro se hizo visible. Vimos delante de nosotros a 15 pasos, toda la manada de “mbwa Mwitu”. Eran unos 10, enseguida nos invadió una gran angustia, porque entendíamos que estábamos en inferioridad de fuerzas y capacidad.

Mis dos amigos me miraron, como para encontrar en mis palabras un consuelo o tal vez una palabra mágica que nos hiciera despertar de aquella pesadilla. Pude decirles solo: no lancen sus flechas todavía; vamos a hacer blanco uno a la vez, pero no podemos fallar.

La gran diferencia de disparar con un arco es el momento presente en que estamos, esto comporta cuanta adrenalina estamos produciendo. Si estamos haciendo un entrenamiento, y tenemos 3 solo tres flechas, podemos tal vez fallar los tres tiros, esto comportara el soportar de chistes no deseados de parte de nuestros amigos observadores, por lo tanto nuestra tensión en el tiro será mínima. Si estamos por hacer blanco con un “mwamba”, antílope, y fallamos el tiro; bueno nuestra presa abra escapado, pero aún tengo dos flechas y tal vez otros “mwamba”, posiblemente nuestra tensión será media, pero lo podemos manejar.  Pero si solo tengo 3 flechas de frente a 10 “mbwa Mwitu”, lobos hambrientos, aquí el panorama cambia y nuestra tensión estará al límite. A medida que aumenta la tensión, nuestra posibilidad de hacer blanco disminuye.

Pronto Evolet dispara. Le grite. El disparo su flecha que paso a medio metro de uno de los “mbwa Mwitu”.  Pacú, dispara… , Pacú, dispara, estaba como congelado, entonces dispare yo y herí a uno de ellos. Nos encontrábamos a un paso del fuego, así es que con palos encendidos tratamos de ahuyentar la manda. Pacú, se animó y lanzo su flecha que centro a uno de ellos que trataba de huir, su caída fue neta, lo había centrado en un costado. Luego hicimos un tiro más cada uno, matando solo uno más de los  “mbwa Mwitu”.  Después de este hecho los “mbwa Mwitu”, tomaron la retirada. Si nos atacaban nuevamente seria seguramente nuestro fin.

En cierto momento, mi vista se fijó en un lugar del campamento junto a un árbol, cerca de donde teníamos el fuego; allí habíamos cavado un poso y habíamos enterrado las vísceras de los “mwamba”, antílopes; fue así que me vino la idea de que si los “mbwa Mwitu”, tenían hambre, tal vez les podría gustar las vísceras de los “mwamba”. Fue así que las desenterramos las limpiamos con agua y esperamos el regreso de los “mbwa Mwitu”. No tuvimos que esperar mucho tiempo, de nuevo la misma escena, la corrida en círculo alrededor nuestro, sin hacerse ver, y luego la aparición terrorífica y teatral, la aparición  de todo el grupo. Creo que la adrenalina había realizado en nosotros un efecto de no constatación de la realidad. Ya no teníamos miedo. Fue así que le tiramos unos trozos de viseras lo más lejos que pudimos en una dirección observable por ellos, enseguida el jefe de la manada fue a ver, olio, y luego de mirar con asombro comió. Los demás componentes de la manada llegaron al lugar en donde estaba su jefe pero esta ya había devorado todo. Luego les arrojamos los demás pedazos, estos los capturaban en el aire con sus fauces entrenadas. Cada uno tuvo su porción. 

Luego de que se habían relamido los hocicos, nos empezaron nuevamente a mirar con inquietud. ¿Qué hacemos? Había una posibilidad, era difícil de saber si funcionaria pero valía la pena intentar. Era la de hacer los tres un disparo de flecha sobre el mismo blanco; las posibilidades e error se reducían, pero habríamos finalizado las flechas. Fue entonces que elegimos el blanco. Este sería el macho alfa del grupo. Era el que guiaba toda la manada, si lográbamos eliminarlo, posiblemente el grupo se dispersaría.

El alfa del grupo era fácil de identificar, era el que se encontraba siempre en primera fila, era el más fuerte y más. Hicimos rápidamente nuestro plan; cargamos los arcos con las últimas flechas. No podíamos fallar. Lo teníamos a escasos 10 pasos. Tuvimos el presentimiento que también ellos estaban planeando el ataque final. Por eso fue que clavamos nuestras lanzas a nuestro costado, para usarlas en un posible combate cuerpo a cuerpo.

Apuntamos y disparamos. En ese momento los lobos se lanzaron hacia adelante en manada. El disparo de Pacú fue errado pero hirió a otro lobo. El de Evolet hirió en uno de los muslos al alfa que lo tiro por tierra y el mío que lo centro en uno de los costados. Enseguida dos de los lobos huyeron. Otros dos nos atacaron, uno de ellos se lanzó contra Evolet que lo logró esquivar y luego en un giro lo traspaso con su lanza, el restante también se me había lanzado en sima, pude contenerlo con el mango de la lanza aferrada con las dos manos i del otro lado la boca del lobo que la mordía furiosamente. Lo tenía sobre de mí, su cara estaba frente a la mía, lograba percibir su aliento. En ese momento Pacú lo atravesó con su lanza, y un gemido profundo el lobo cayó sobre mí.

Ya todo había terminado, éramos incrédulos a lo sucedido. Estábamos sanos y sin heridas y esto era bueno. No queríamos perder tiempo, no queríamos permanecer un instante más en aquel lugar, en aquel campo de batalla. Rápidamente juntamos nuestras cosas. Colocamos en uno sacos, los 3 antílopes faenados y solo con nuestras lanzas iniciamos el camino de regreso a la aldea, caminando bajo la luz de la luna. No hablábamos, como envueltos en un manto de fobia  controlada. Solo queríamos regresar a la aldea.

Atravesamos nuevamente el rio. Subimos la montaña y a lo lejos en el fondo del valle sabíamos que allí estaban nuestros seres queridos que nos esperaban. Se veía en el horizonte el resplandor tenue de la aurora.

Nos sentamos a descansar un instante cuando de repente escuchamos el inconfundible aullido del lobo. Enseguida nos miramos con la cara llena de pánico y recordamos que al menos dos lobos habían escapado en la batalla. Nos estaban siguiendo. Enseguida, iniciamos a bajar corriendo por la montaña, teníamos que llegar al otro rio, atravesarlo y allí estaba el valle que nos llevaría a la aldea. Evolet tropezó con una piedra y lo hizo rodar varias veces, lo ayudamos estaba bien solo algunos golpes; se levantó y seguimos corriendo. De repente nuevamente el aullido del lobo a nuestras espaldas, muy cerca. Nos detuvimos pero no los veíamos.

Decidimos de correr con todas nuestras fuerzas hasta el rio, y atravesarlo, esto los habría detenido ya que los lobos están se mantienen lejos del contacto con el agua.  Nos dimos vuelta para seguir corriendo y nuestro corazón casi se detuvo. Los tres lobos los teníamos a menos de 15 pasos, estaban en posición de ataque mostrando sus poderosos dientes.

Ya estábamos cansados, solo teníamos 2 lanzas una se había roto en el último ataque. Pacú dijo en voz alta, este es el final, ya tenía el puñal en su mano. Pero Evolet dijo: Se me ocurrió algo. ¿Porque no repetimos lo que hicimos la última ves? Démosle la carne de los antílopes en pedazos así se calman.

La carne de los antílopes era nuestro botín, por el habíamos cruzado las montañas, pasado frio y luchado con los lobos. Esa carne nos permitiría llegando a la aldea seriamos reconocidos como “wawindaji”, cazadores. Pero estaba en juego nuestra vida. Seguramente si escapábamos de ésta, habría otros días de cacería.  

Sacamos uno de los antílopes cortamos 3 grandes pedazos y se los arrojamos, enseguida 2 de ellos se lanzaron detrás de los pedazos para hacerse el festín, el tercero siguió mirándonos y luego fue en busca de su trozo. Enseguida aprovechamos e iniciamos a correr montaña abajo. 

Ya estábamos llegando al rio cuando a nuestras espaldas vimos que venían corriendo los lobos en nuestra persecución. Enseguida nos detuvimos sacamos el resto de antílope cortamos otros 3 pedazos y se los arrojamos, sucedió lo mismo dos de ellos se detuvieron para agarrar cada uno un trozo y el tercero continuo a mirarnos, y avanzo lentamente.

Entonces pensé rápidamente en que podía engañar al lobo queriéndole dar de comer más cerca y en cuanto estuviese lo suficiente lo mataría con mi lanza. Corte entonces otro pedazo de carne y lo sostuve en la mano izquierda extendida, el lobo miro con atención el gesto. Mientras que con la mano derecha sostenía mi lanza, con mi brazo hacia atrás dispuesto a dar una mortífera punzada. El lobo se acercó lentamente, a tres pasos de mí. A dos pasos, yo estaba ya listo, un paso.

Entonces sucedió algo extraño, esas cosas que no encuentras una explicación y fue que nos miramos a los ojos con el lobo. Entendí en aquel momento que el lobo no me atacaría y por alguna oculta razón en ese momento presente yo podía cambiar las cosas. Fue cuando le di el trozo de carne directamente de mi mano, el lobo primero me olfateo, fue dudoso, pero luego tomo el trozo de carne con sus dientes, y lentamente se la llevo bajo un árbol para comérsela.

Mis amigos y yo, nos mirábamos incrédulos ante lo ocurrido. Esperamos unos instantes y cruzamos el rio. Cada tanto mirábamos hacia atrás para ver si había rastros de los lobos, pero habían desaparecido. Al cabo de un tiempo encontramos el camino marcado en el bosque que nos llevó a nuestra aldea. Desde una pequeña colina vimos los hilos de humo de las fogatas, los olores a leña quemada y carne asada. Alguien nos vio, y lanzo un grito de aviso. Luego algunos iniciaron a correr hacia nosotros. Abrazos, gritos de júbilo y alegría.

El jefe de la aldea Tuk-Tuk, nos miraba con mucha seriedad, luego dijo a todos. Tenemos en nuestra aldea de los Yagal, 3 nuevos cazadores. Que han conseguido traer. Nosotros, un poco temerosos, un poco avergonzados abrimos nuestros morrales y sacamos el único “mwamba”,  que nos había quedado. El sabio Tuk-Tuk nos preguntó: ¿solo uno solo?. Si respondí. Fuimos atacados por los “mbwa Mwitu”, y para salvarnos les dimos de comer los trozos de “mwamba”.  Tuk-Tuk, y los demás nos miraban como incrédulos, luego nos dijo: pueden ser considerados en nuestra aldea, como auténticos “wawindaji” cazadores. Si no como cazadores de conejos. Si al menos uno de ustedes hubiese muerto tratando de salvar la carne de “mwamba”, pero el miedo los venció. ¿Así es que pelearon con los “mbwa Mwitu”? ¿En dónde están sus pieles?  Bien esta noche no comen, ya han comido bastante carne de “mwamba”. 

Allí termino el discurso del gran jefe Tuk-Tuk. Esa noche no comimos, ni tampoco dormimos, no encontramos los tres a orillas de la fogata de la aldea, con un sabor amargo. Habíamos fracasado en nuestra casería. Pacú dijo, si al menos hubiéramos traído una piel de “mbwa Mwitu”, tal vez nos hubiesen creído. Allí quedamos los tres, al calor del fuego que acobijaba la helada noche.

A la mañana siguiente fuimos despertados por un grito de Evolet. Despierten, despierten !!!. ¿Qué sucede, que son esos gritos?, Dele, Pacú tienen que venir pronto, no me van a creer. Y salió corriendo como un rayo hacia el bosque, nosotros lo seguimos. Ya a unos 100 pasos dentro del bosque Evolet nos dijo: vamos despacio, miren detrás de aquel árbol. La gran sombra del árbol mimetizaba todo lo que estaba a su alrededor, cuando vimos los dos grandes ojos del “mbwa Mwitu”. Nos ha seguido. Ya sabe dónde vivimos. Vamos a buscar las lanzas para matarlo, le sacamos la piel y así se la podemos dar a nuestro jefe Tuk-Tuk. No esperen, vamos a hacer otra cosa.

Nos acercamos lentamente, hasta que llegamos al gran árbol. Allí abril el morral, saque un trozo de carne; me senté en el suelo y con la mano extendida espere que  “mbwa Mwitu” se acercara. Nuevamente el me olfateo, siempre mirándome a los ojos. Luego con un movimiento delicado tomo el trozo de carne de mi mano y se la llevo bajo el árbol para comerla. Lo llamamos “mwitu mpole”, lobo manso.

Llego el verano, y luego el otoño. Toda nuestra tribu Yagal, había desarmado las carpas, juntado todo el material y nos trasladaríamos hacia el sur, antes de la llegada del invierno, para seguir los rastros de  mamut y bisontes. Dentro de un año volveríamos a este mismo lugar. La familia había ya teníamos un nuevo integrante nuestro “mwitu mpole”, ya entendía algunas de mis palabras, era la mascota de toda la aldea. También Pacú y  Evolet tenían uno. Nos acompañaban a todas las cacerías, porque habíamos sido nombrados por toda la tribu, como auténticos “wawindaji”, auténticos cazadores.

Esta historia recrea lo que puede haber sucedido hace unos 20.000 años en algún lugar de Eurasia. La historia es fantasía. Los hechos son reales, en donde se cuenta como pudo haber sido la domesticación del lobo en el perro que hoy todos conocemos. Lo que sabemos es que desde aquel momento, el perro no se separó del hombre, o más,  bien el hombre no separo del perro. Con el continuó la gran aventura de exploración y conquista de las tierras que ya conocía Europa y Asia y luego juntos se aventuraron por el estrecho de Bering llegar hasta Alaska y desde allí hasta la Patagonia. 

El proceso duro centenares de años, hasta que el lobo come de la mano del hombre. Allí nace la domesticación de las especies. Luego el hombre separo de las crías, los que más le convenía. Los más fuertes, los más lanudos, los más altos, los más bajos. Según la conveniencia, para cazar grandes animales, para cazar pequeños animales. Para correr detrás de los bisontes. Para cazar aves en el agua. Para transportar pesos en la nieve. Para cuidar mientras uno duerme. Para proteger a los niños. Para buscar raíces. Como compañía.

Así nació la selección artificial que después traslado a otros animales, los que ahora conocemos como animales de granja: caballos, ovejas, cabras, cerdos, gallinas, conejos, vacas, gatos y otros más. 

Pero esto sucedió más tarde, casi 10.000 años después del primer encuentro del hombre con el lobo. El perro tiene el doble de tiempo de precedencia. En sus genes están marcados nuestros gustos, nuestros miedos, nuestras inseguridades. Él nos conoce cuando nos olfatea, cuando nos ve. En campo abierto puede reconocer a su dueño hasta una distancia de un kilómetro, entre un grupo de 100 personas.

Es el único animal que en situaciones extremas es capaz de ir contra su instinto de conservación, para cuidar a su amo, padeciendo hambre, sed, calor, frio, al punto de morir junto a su querido amigo, el hombre. Es capaz de reconocer las crías del hombre y de cuidarlas como suyas. Algunas razas reconocen hasta 200 palabras de parte del hombre.

Queda totalmente afectado cuando se le grita, se lo golpea o se lo abandona. No puede comprender, porque su amo, actuó así, y ante esto prefiere la muerte.

Si tienes un perro, cuídalo como tal. No como si fuese otro ser humano. Si no como un amigo fiel que la naturaleza nos ha regalado. Seamos dignos de tal regalo. Démosle de comer la comida que tienen que comer los perros, no las nuestras y que con ella les trasmitiéremos todas las enfermedades que nos hemos ganado en nuestra historia. Tiene que ser libres y no prisioneros de nuestro gigantesco ego.

Si no podemos garantizar al perro su libertad bien ganada, es mejor no tenerlos y conformarnos tal vez con poseer un “smartphone” en nuestro bolsillo. En vez si estamos preparados para tener a este ser de cuatro patas en nuestra casa, sepamos que no es un animal cualesquiera, sino un animal que puede convertirse en nuestro amigo inseparable.


Los nombres de animales fueron extraídos del vocabulario Suajili. Fotos #mdleppez

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Comentarios


  1. Franco Estrella - 3 julio, 2020 at 5:51 pm

    Increíble nota!, muy hermosa!!

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    Marcelo D. Leppez Sanchez - 4 julio, 2020 at 7:36 pm

    Gracias Sobrino por tu comentario. Siga leyendo.

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  2. Mario De Pian - 3 julio, 2020 at 6:39 pm

    Impresionante narracion de una caceria…tres muchachos…los lobos…y esta relacion hombre animal tan fuerte desde tiempos pasados!!!!
    Muy bueno el articulo Marcelo!!!
    Abraxo!!!

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    Marcelo D. Leppez Sanchez - 4 julio, 2020 at 7:40 pm

    Gracias Mario, por tus correcciones, son siempre bien venidas. En arte de la escritura, es el poder hacer vivir la historia que se cuenta a la otra persona.

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  3. Mario Gustavo Guzmán - 3 julio, 2020 at 7:30 pm

    Muy buena la narración Marcelo, la viví de punta a punta, tendríamos que aprender del perro…ser fiel…Abrazo, amigo.

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    Marcelo D. Leppez Sanchez - 4 julio, 2020 at 7:38 pm

    Gracias Mario, por tus correcciones, fueron de mucha utilidad.

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  4. Patricia Manganelli - 4 julio, 2020 at 6:35 am

    Hola Marcelo!!! Qué susto que me diste con éste relato… me lo creí… Jajajaja hice una mini película en mi mente mientras leía… Y siiii estabas allí!!! Jajaja 😳 Estuvo excelente tu narración…se entendió perfecto tu mensaje. Yo tengo un par de hermosos amigos. que me han acompañado y “defendido” ante peligros y aunque suene extraño a ellos no les gusta que llore… Y rápido se acercan para hacer desaparecer mis lagrimas y me llenan de besos y mimos. Los adoro profundamente. Luego te envío una fotografía de mis guardianes.😇. Marcelo, se me han pasado algunos relatos, porque mi telefono cayó y se rompió. Pronto los leo y escribo. Chau querido Amigo!!!!😊

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    Marcelo D. Leppez Sanchez - 4 julio, 2020 at 3:25 pm

    Hola Patricia !!!, me alegra mucho que te haya gustado el artículo. Vi tus fotos con tus 2 perros, son formidables, son grandes. Tenés tu defensa personal asegurada. Si es verdad, ellos nos conoces a penas nos ven y saben ya nuestro estado de ánimo. Podemos ocultarlo a los demás y lograr camuflar lo que sentimos dentro, pero a nuestro amigo de 4 patas no lo podemos engañar.

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  5. María Cristina Sanchez - 5 julio, 2020 at 6:14 pm

    Que buena historia, fue como estar en el cine, muy hermosa. Me encantan los perros, uno ve en sus ojos toda la fidelidad y compañerismo hacia nosotros.

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    Marcelo D. Leppez Sanchez - 6 julio, 2020 at 9:39 am

    Gracias querida Prima. Me alegro que te haya gustado,,, ya que no se puede ir al cine,,, al menos se puede leer.

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  6. Juan Carlos Trejo Medina - 9 julio, 2020 at 9:34 pm

    Hola Marcelo! Estupendo relato, lo tuve que leer dos veces para poder transportarme y acompañar a estos jóvenes cazadores en su aventura. Como muchas veces sucede el final es lo mejor, que en este relato es una “amistad especial”. Es impactante el fruto del encuentro de dos seres totalmente diferentes, antagónicos. Nace una relación de amistad profunda, que como bien mencionas, este gran amigo está dispuesto a morirse con nosotros. Gracias Marcelo y recibe un fraterno abrazo.

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    Marcelo D. Leppez Sanchez - 9 julio, 2020 at 9:45 pm

    Gracias Juan Carlos, por tu hermoso comentario. Creo que esta historia nos hace conocer más de cerca a nuestros amigos hogareños de 4 patas, que velan por nosotros, seguramente no más como lobos sino como fieles compañías y por ello han ganado su lugar bajo nuestro techo.

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  7. Lionel Conde - 19 julio, 2020 at 7:36 pm

    Querido Marcelo hermosa narración, más la leía y me iba adentrando en la tremenda aventura que vivieron esos cazadores, te felicito por el don que tenes para que uno se ponga en el rol de estos dos hombres y parezca que uno lo está viviendo, abrazo grande amigo

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  8. Martín Francisco Hernandez Ayon
    Gracias Marcelo me encanta la.maera de como nos guias en el relato para contar como es la relación del hombre con el perro , me lleno el.relato de mucha alegría , siempre desde niño tengo mascotas y siempre las valoro mucho el relato trajo a mi mente algunas de ellas que ya no están pero fueron muy apreciadas

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  9. Hola Marcelo! Hermosa historia, son tan buenos compañeros los pichichos, tenemos dos que los queremos mucho y parecen que leen nuestra mente de tanto que nos conocen. Saludos!

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